El kontesto mis Historias mikroskópikas kon esto.
Si un paramecio (o paramecia) se puede reproducir tanto asexual como
sexual… como pasa una o la otra? Ellos (o ellas) lo deciden? Se encuentran…? o
rozan sus cilios por equivocación y empiezan el baile de saberse compartiendo
su material genético… y fusionando sus núcleos? O es meramente un proceso
circunstancial... “natural”? un encuentro de detalles necesarios? Algún tipo de
destino microorganismico? Un momento único? o todas las anteriores…? Nacerá la
semilla del sembrador parabolezco sola y únicamente en la tierra de mejor
colorido?
Hay quien dice que cada historia tiene el mismo comienzo. Que es un
momento. Diminuto. Una pequeña semilla que se siembra en un instante en el
tiempo... una pequeña nota en una melodía. La primera idea siniestra. El primer
ladrillo que se cae. El primer sabor. El primer olor. La primera lágrima… la
primera sonrisa… la primera mirada… el primer espejo. Toda obra maestra y todo
acto siniestro (dicen) respiran en una primera pincelada. Paramecios que
encuentran una gota de agua dulce donde multiplicarse. Y luego para entenderla
solo hace falta aquel… el lente que la magnifica… que la atrapa… la recrea… la
juzga… la limita. Como los microscopios. Gentes-microscopio…
libros-microscopio… escuelas-microscopio… religiones-microscopio.
Ahora… trece años después… el sabia que no. Que la cosa no era tan
sencilla. Trece años antes la historia comenzaba justo allí… en aquel
anfiteatro frio y húmedo. Cuando la vio… cuando la escucho… cuando ella le dio
la mano acompañada de un “Dios te bendiga”. Con aquel traje azul que pensó
nunca olvidaría. Con una flor. Con las tardes de repasos de psicologías. Con
las notitas que se escribían en la facultad de derecho. Con Kandisky en el
museo de arte. Con el olor del primer abrazo. Y el dolor del primer beso. Con
la foto de un día cialeño que se hacía noche.
Y trece años antes la historia terminaba también justo allí. En aquel mismo
anfiteatro de pedagogía. Con la noche que la espero hasta cansarse. Con la
noche que decidió partir. Con sus ojos mojados respirando el polvo de las
ventanas riopedrenses… podrido de odio… queriendo vengarla. Con su alma lejana y
el corazón mudo. Trece años antes eso era todo. Pequeñas historias
microscópicas. Unidas y distantes a la misma vez. Ligadas por circunstancias
ajenas… desgarradas por la incomprensión. Por la mezquindad de creerse
conocedor del fin de la historia… las historias.
Ahora… trece años después… él sabe que no. Que no hay forma de mirar atrás
y ver el principio de los hilos que los unen. Porque ella ya le había visto y
se atrevió a quererlo sin conocerlo. Porque el ya le había sonado. Sin saber
que era ella… la de antes y la de ahora. Porque cuando él la vio… ella cantaba.
Porque ella lo encontró en el rastro de un canto. Porque ni siquiera comienza
ahí… ni con la historia de un traje azul… ni con la historia de una canción. Su
historia… la de el… la de ella… es historia pasada… es historia futura… es la
historia de todos.
Ahora… trece años después… el volvió a creer en todas las historias. Sin
lentes… sin juicios… sin limitaciones… solo por fe. Porque si su historia era
cierta solo podía serlo atada a todas las demás… porque las demás… microscópicas o inmensas… también
se hacían ciertas en la de ellos. Ellos eran la historia de paramecios en
cambio… en evolución… para después alzar vuelo… ellos eran la historia de la
extinción… de la supervivencia. Eran la historia de todos aquellos nómadas en
busca de algo mejor. Eran la historia de crueles guerras… de grandes amores… eran
la historia del camino a oriente buscando nuevos sabores y olores… eran la
historia de torres que se caen para saberse vulnerables… la historia de todas
las luchas de todas las mujeres… de todos los niños y niñas… eran la historia
del abuso de los hombres en nombre de Dios… eran la historia de una cruz y del
más grande amor y del perdón para encontrarse redimidos.
Trece años después… todas las dudas se hicieron cenizas… los paramecios
bailaron en un charco cualquiera… y las semillas se reían a carcajadas… de los
campos fértiles. Las mismas carcajadas que soltó el cuando ella le dijo lo
mismo que él quería decir… y en un momento microscópico le devolvió: “yo la amo
a usted”.
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