Tuesday, July 29, 2014

Historias macroscópicas


El kontesto mis Historias mikroskópikas kon esto.




Si un paramecio (o paramecia) se puede reproducir tanto asexual como sexual… como pasa una o la otra? Ellos (o ellas) lo deciden? Se encuentran…? o rozan sus cilios por equivocación y empiezan el baile de saberse compartiendo su material genético… y fusionando sus núcleos? O es meramente un proceso circunstancial... “natural”? un encuentro de detalles necesarios? Algún tipo de destino microorganismico? Un momento único? o todas las anteriores…? Nacerá la semilla del sembrador parabolezco sola y únicamente en la tierra de mejor colorido?

Hay quien dice que cada historia tiene el mismo comienzo. Que es un momento. Diminuto. Una pequeña semilla que se siembra en un instante en el tiempo... una pequeña nota en una melodía. La primera idea siniestra. El primer ladrillo que se cae. El primer sabor. El primer olor. La primera lágrima… la primera sonrisa… la primera mirada… el primer espejo. Toda obra maestra y todo acto siniestro (dicen) respiran en una primera pincelada. Paramecios que encuentran una gota de agua dulce donde multiplicarse. Y luego para entenderla solo hace falta aquel… el lente que la magnifica… que la atrapa… la recrea… la juzga… la limita. Como los microscopios. Gentes-microscopio… libros-microscopio… escuelas-microscopio… religiones-microscopio.

Ahora… trece años después… el sabia que no. Que la cosa no era tan sencilla. Trece años antes la historia comenzaba justo allí… en aquel anfiteatro frio y húmedo. Cuando la vio… cuando la escucho… cuando ella le dio la mano acompañada de un “Dios te bendiga”. Con aquel traje azul que pensó nunca olvidaría. Con una flor. Con las tardes de repasos de psicologías. Con las notitas que se escribían en la facultad de derecho. Con Kandisky en el museo de arte. Con el olor del primer abrazo. Y el dolor del primer beso. Con la foto de un día cialeño que se hacía noche.

Y trece años antes la historia terminaba también justo allí. En aquel mismo anfiteatro de pedagogía. Con la noche que la espero hasta cansarse. Con la noche que decidió partir. Con sus ojos mojados respirando el polvo de las ventanas riopedrenses… podrido de odio… queriendo vengarla. Con su alma lejana y el corazón mudo. Trece años antes eso era todo. Pequeñas historias microscópicas. Unidas y distantes a la misma vez. Ligadas por circunstancias ajenas… desgarradas por la incomprensión. Por la mezquindad de creerse conocedor del fin de la historia… las historias.

Ahora… trece años después… él sabe que no. Que no hay forma de mirar atrás y ver el principio de los hilos que los unen. Porque ella ya le había visto y se atrevió a quererlo sin conocerlo. Porque el ya le había sonado. Sin saber que era ella… la de antes y la de ahora. Porque cuando él la vio… ella cantaba. Porque ella lo encontró en el rastro de un canto. Porque ni siquiera comienza ahí… ni con la historia de un traje azul… ni con la historia de una canción. Su historia… la de el… la de ella… es historia pasada… es historia futura… es la historia de todos.

Ahora… trece años después… el volvió a creer en todas las historias. Sin lentes… sin juicios… sin limitaciones… solo por fe. Porque si su historia era cierta solo podía serlo atada a todas las demás… porque  las demás… microscópicas o inmensas… también se hacían ciertas en la de ellos. Ellos eran la historia de paramecios en cambio… en evolución… para después alzar vuelo… ellos eran la historia de la extinción… de la supervivencia. Eran la historia de todos aquellos nómadas en busca de algo mejor. Eran la historia de crueles guerras… de grandes amores… eran la historia del camino a oriente buscando nuevos sabores y olores… eran la historia de torres que se caen para saberse vulnerables… la historia de todas las luchas de todas las mujeres… de todos los niños y niñas… eran la historia del abuso de los hombres en nombre de Dios… eran la historia de una cruz y del más grande amor y del perdón para encontrarse redimidos.

Trece años después… todas las dudas se hicieron cenizas… los paramecios bailaron en un charco cualquiera… y las semillas se reían a carcajadas… de los campos fértiles. Las mismas carcajadas que soltó el cuando ella le dijo lo mismo que él quería decir… y en un momento microscópico le devolvió: “yo la amo a usted”.



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